Ante la explicación de cómo proceder en una determinada situación, y tras preguntar a los alumnos si habían entendido las razones para hacerlo, una alumna equivocadamente aplicada me contestó “no, pero yo hago lo que tú me digas, que eres el que sabe”. Esta respuesta constituye para mí un fracaso.
Es imposible que seas un dueño diligente si no comprendes lo que estás haciendo, independientemente de la fe que le profeses a un educador. Y si no es capaz de hacerte comprender lo qué debes hacer, no está siendo un buen profesional Quizás sea un excelente condicionador de comportamientos caninos y un magnífico guía de sus perros, pero la función de un educador tiene que ser en primer lugar capacitar al dueño para construir y gestionar la relación con su mascota, que es única porque únicos son también sus dos protagonistas.
Si además nos encontramos ante una profesión no regulada y con unos requisitos formativos no homologados, corres el riesgo de ponerte en las manos de alguien que quizás no esté debidamente capacitado.
El principal objeto de la educación canina debe ser una relación. Una relación que debe ser moldeada principalmente por ti. No puedes construirla de forma satisfactoria sin comprender y compartir las razones sobre cómo actuar. No se trata de que te arreglen un electrodoméstico cuyos mecanismos de funcionamiento desconoces. Se trata de aprender a comprender y convertirte en el principal guía de tu amigo.
Probablemente partas de una situación caracterizada por falta de conocimientos y por algunos prejuicios derivados de los tópicos que con tanta frecuencia predican numerosos aventureros de la opinión, tan osados e impertinentes como ignorantes. Así que es bueno abrirse al conocimiento de alguien que sea capaz de explicarte los fundamentos del comportamiento canino y los de la relación que debes de tener con tú amigo. Pero aprender no es acatar en base a una supuesta autoridad intelectual.
En este sector sigue habiendo un gran porcentaje de profesionales que recurren al condicionamiento de comportamientos mediante técnicas aversivas. Sin entrar a valorar ahora la pertinencia o no de esas técnicas, NUNCA permitas que a tu perro le hagan daño físico o psicológico bajo la afirmación genérica de que eso funciona o en base a argumentos que no puedan soportar un análisis crítico por tu parte. Por ejemplo, no es razonable que permitas que a un cachorro aproblemático le pongan un collar de castigo. ¿Por qué hacer esto? Si no te lo preguntas no eres mucho mejor que el cabestro que has elegido para guiaros en vuestro viaje hacia lo que podría ser una de las relaciones y experiencias más gratas que se pueden tener.
La fe ciega no mueve montañas, sólo te hace a tí menos capaz, a tú perro más infeliz y a vuestra relación menos plena.