Lo expuesto hasta ahora nos lleva a considerar inapropiado el marco teórico de este enfoque. Una vez dicho esto, hay aspectos concretos que nos gustaría destacar en cuanto a los elementos que consideramos más negativos o erróneos. Posteriormente también destacaremos sus aciertos o ventajas.
Reduccionismo. La casuística de los problemas de conducta canina es tremendamente amplia y compleja. La teoría de la manada reduce gran parte de los problemas a una única explicación: la dominancia de nuestros perros. Dicho de otra manera la lucha por el status o los conflictos de jerarquía. Una propietaria de un perro me comentaba que una educadora canina comenzó el diagnóstico de su perro definiéndolo como alfa, para de esta forma justificar la posterior intervención. Explicar los problemas de conducta sobre el recurso único a la dominancia de nuestros perros puede implicar una visión equivocada sobre nuestra mascota, dejando de lado posibilidades mucho más operativas desde el punto de vista de la práctica educativa. Basar el diagnóstico de un perro exclusivamente en la variable dominancia-sumisión implica abandonar toda la gama de factores que conforman el carácter del perro: docilidad, sociabilidad, gregarismo, temple, temperamento, posesividad, motivación, tolerancia a la frustración, etc., cuyo análisis es necesario para determinar la forma más apropiada de trabajar con el ejemplar. Es especialmente recurrente la identificación de la agresividad con la dominancia. En realidad los comportamientos dominantes son (y deben ser) básicamente ritualizaciones antes que ataques activos. El ataque puede deberse a numerosos factores: existen perros sumisos con una escasa tolerancia a la frustración, perros inseguros y perros con un temple psicológico escaso que hacen disminuir el umbral de reactividad ante estímulos que son percibidos como aversivos. Y nada de esto tiene porque guardar relación con la dominancia. También se asimila el tirar de la correa con un comportamiento dominante, obviando el posible condicionamiento instrumental presente en la mayoría de los casos: tirar supone avanzar; si quiero avanzar, tiro. Y así con prácticamente todos los comportamientos no deseados.
Humanización del perro y animalización del humano. A menudo los defensores de la teoría de la manada denuncian el exceso de humanización por parte de aquellos propietarios que miman a sus mascotas y que rechazan el castigo como elemento educativo. En muchísimos casos, tienen razón. Pero su enfoque está lleno también de tópicos sobre los perros que se basan en la atribución de valores humanos. Son comunes en su vocabulario conceptos como respeto o “querer ser el jefe”. El respeto es una actitud humana, y su carencia también. El concepto de jefe está estrechamente vinculado al de alfa, pero no tiene ni su origen ni su precisión etológica (acertada o no) e implica nuevamente una redefinición fantasiosa de la relación entre un señor/a y su mascota. Por otra parte en algunas de las premisas del programa de reducción de rango se nos llama a acatar pautas de conducta supuestamente propias de los perros para hacer valer nuestra superioridad. Bien, a pesar de que la convivencia hombre-perro implica atender a las necesidades propias de la especie canina, en general la educación es un proceso por el que el perro aprende las reglas de su unidad de convivencia humana, y no al revés.
Mitos. Me refiero a determinados recetas que ni siquiera tienen una base etológica en el lobo. El “roll-over” o volteo se recomienda como ejercicio de refuerzo del liderazgo del propietario ante un perro díscolo, basándose en los supuestos comportamientos lupinos. Los lobos “dominantes” no voltean a otros lobos. Son los lobos de rango inferior los que ofrecen su vientre al de rango superior acostándose boca arriba, adoptando una postura de total indefensión, como forma ritualizada de mostrar su no disposición al conflicto y a la lucha. Ante una actitud dominante al sumiso le basta con permanecer de pie mostrando con su lenguaje corporal (orejas hacia atrás, rabo bajo, evitación de mirada, ladeo de cabeza, etc.) su aceptación del primero. No estoy critícando el “roll-over” como posibilidad de corrección, tan sólo llamando su atención sobre su pretendido origen etológico. Hay otra estrategia tan repetida hasta la saciedad que no he podido por menos que tomarla como verdadera durante mis inicios a pesar de no haberla visto jamás. Me refiero la corrección del cachorro sujetándolo por el pellejo del cuello para zarandearlo después, emulando supuestamente el comportamiento que la madre realiza para castigar al cachorro rebelde. Bien, soy criador. Jamás he visto este comportamiento en perras. Jamás. Y he visto a mis hembras corregir a sus cachorros (y a los que no eran suyos) en infinidad de ocasiones y agarrarlos entre sus fauces (abarcando toda la cabeza y/o cuello y/o cuerpo) para trasladarlos (efectivamente entre lloros por la incomodidad del medio de transporte). Otro mito es el de que el perro no debe estar en una posición física más elevada que nosotros, puesto que de esta forma estamos reafirmando su superioridad jerárquica. Ante un problema de comportamiento con un Rotweiller, el anterior propietario se dirigió a casa del nuevo, para rápidamente denunciar el inapropiado emplazamiento del canil del perro, que estaba más alto que la entrada de la vivienda. Ni siquiera se me ocurre nada que comentar sobre esto, excepto que no tengo ni la más mínima idea sobre el origen de esta imaginativa premisa a no ser una construcción imaginaria de un supuesto lobo alfa vigilando sus dominios y su manada, imagen muy sugerente pero que no se basa en ningún estudio serio sobre el comportamiento del lobo.
El castigo, el conflicto latente y la función represora. Este es el elemento de mayor importancia y el que consideramos que tiene consecuencias más perjudiciales para la relación dueño-perro. Es una simplificación errónea equiparar la teoría de la manada con el recurso exclusivo al castigo (y al conductismo con el refuerzo positivo). Pero es cierto que dentro de un enfoque en el que destaca el conflicto por el poder como elemento esencial de la relación, el recurso al castigo o a la mera imposición por la fuerza tiene un papel muy destacado. Convertir la relación con nuestro perro en un conflicto, o en un equilibrio basado en la contención de su amenaza, no es sólo un error técnico. Para mí supondría vivir con tristeza la relación con mi perro.
Pero la teoría de la manada, pese a nuestra consideración global, presenta también algunas ventajas.
Facilidad de comprensión. Es un marco teórico relativamente sencillo apoyado en unas cuantas premisas, que dejan clara la posición del dueño y del perro. Es más sencillo hablar en términos de dominancia o jerarquía que explicar el condicionamiento clásico y el instrumental, amén de otras muchas variables como la motivación o cuestiones de neuropsicología canina.
Contención de posturas extremas en cuanto al trabajo en positivo. La oposición más visceral a este enfoque y la defensa acérrima del premio como herramienta única de educación lleva a prácticas poco realistas, más amparadas en una postura políticamente correcta y en una humanización del perro, que la realidad de una relación en la que son necesarios límites y obligaciones.
Principios útiles. La polaridad social (contención de las manifestaciones de afecto), el principio de acceso indirecto (nada es gratis) y la importancia del liderazgo (término que sería matizable) suelen estar presentes en los enfoques más tradicionales, y son sin duda elementos muy útiles para la educación de nuestro perro.
En este sentido, existe una obra basada fundamentalmente en una versión moderada de este enfoque, que es muy recomendable: How to be the Leader of the pack, de Patricia McConnell.