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Reflexiones sobre la teoría de la dominancia II: manadas y jerarquías

manada-lobosSiguiendo con la lógica de la Teoría de la manda, puesto que el lobo forma manadas, nuestros perros también lo harán, y las pautas sociales de las mismas serán las propias de los lobos. Por tanto el perro ve a su unidad de convivencia como a su manada, en la que existe una jerarquía piramidal en cuyo vértice superior se encuentra un “Alfa”.

La escala jerárquica es voluble y el lobo-perro aspira a escalar puestos en el escalafón, de forma que el Alfa tiene que emplear la fuerza y la dominancia para mantener su status. Así en muchos manuales de educación que se siguen publicando se nos dice que debemos asumir ese papel de Alfa y enseñarle al cachorro recién llegado su posición en el último puesto de la cadena de mando, porque de lo contrario el perro intentará ocupar ese puesto pasando por encima de nosotros para disfrutar de los privilegios que otorga tal posición. Esa tensión es considerada por este enfoque como el origen de muchos de los problemas de comportamiento, que ven en los programas de reducción de rango la solución natural. Estos programas se basan en distintos comportamientos por parte del alfa orientados a explicitar su capacidad de dominancia sobre el subordinado, como no permitir el caminar por delante, acceder a otra estancia antes que nosotros, comer primero, voltear e inmovilizar al subordinado e incluso utilizar el contacto aversivo (golpe en el cuello con nuestra mano en forma de garra) para corregir actitudes subversivas.

Una definición de la jerarquía poco clara creará confusión en el perro, que intentará encontrar su sitio mediante la búsqueda de un status superior.

La agresividad es vista en la mayoría de los casos como la respuesta propia del perro que se siente jerárquicamente superior a su dueño, al que sabe que puede ganar en un conflicto.

Subyace a toda esta visión la comprensión de la relación como la gestión de un conflicto latente en la que debemos “pararle los pies” a nuestro perro.

¿Cuáles son los argumentos por los que este enfoque no nos convence?

En realidad, en la primera parte ya hemos negado la mayor, puesto que el perro no es para nosotros un lobo domesticado y por lo tanto hemos cortado la línea argumental de este enfoque. Pero aunque lo fuera, esa visión del lobo y su estructura social han sido puestas en tela de juicio por varios expertos. La manada se explica según Mech “porque los progenitores pueden compartir con sus descendientes de forma eficiente los excedentes de comida que resultan de la depredación de presas de gran tamaño”. Coppinger afirma “el comportamiento de manada es una respuesta desarrollada para un hábitat en particular”. Es decir, la manada es la respuesta a unas necesidades ambientales en las que el grupo es una forma de vida más segura y eficiente para la obtención de recursos y la perpetuación de la especie. Pero los perros no tienen incentivos ambientales para formar ese tipo de manadas, puesto que no les reporta ningún tipo de beneficio a efectos de supervivencia o bienestar. Podríamos pensar que esto es consecuencia de la forma de vida del perro en la unidad familiar, pero tampoco los perros vagabundos forman manadas casi nunca. La mayoría de los laceros de los servicios municipales de perreras capturan o recogen a los perros abandonados o vagabundos de uno en uno, y nuestra visión del perro vagabundo se corresponde con un perro solitario. Seguro que hay excepciones, pero probablemente se expliquen por la existencia de un nicho biológico en el que hay concurrencia antes que por una predisposición innata a unirse en grupos.

Sí son por supuesto animales sociales, pero ello no implica que formemos una manada en el sentido en que lo hacen los lobos, para garantizar la caza conjunta y posibilitar la reproducción.

Por otro lado no tengo ningún tipo de evidencia que me haga pensar que ningún perro asimila a ninguna persona con un miembro de su misma especie como se asegura en diversos manuales que suscriben este enfoque. Las pautas de interacción de un perro son sustancialmente diferentes si el interlocutor es un perro o un humano, independientemente de su socialización o educación. Creo que casi todos los perros saben que los humanos no son perros.

La estructura jerárquica trasciende además una mera diferencia de status, es una forma de división del trabajo. Si no hay un trabajo que organizar y unas funciones que dividir, la estructura jerárquica pierde sentido.

Por otro lado, la división social de las manadas de lobos es más compleja que lo que este enfoque presupone. No se limita a la existencia de un alfa y unos subordinados que le profesan respeto. Existe una división del trabajo en la que todos los miembros tienen un papel significativo para la supervivencia del grupo. En las grandes manadas (propias tan sólo de determinado ambientes naturales) los beta pueden tener mayor tamaño o ser más fuertes, debido a su relevancia en el abatimiento de presas. Existen puestos de gran importancia como los nodrizas, encargados de la supervisión y cuidado del cachorro. Los omega tiene un papel destacado como apaciguadores del conflicto. El conflicto a su vez es una situación ineficiente por el desgaste de energía que supone y los rituales de dominancia-sumisión suelen tener su origen en los gestos de apaciguamiento del sumiso antes que en una constante manifestación de comportamientos violentos por parte del dominante.

La visión más simple de la estructura meramente piramidal en la que predomina la lucha y el conflicto obedece más a la observación de grupos de lobos en cautividad, que no forman una manada en el sentido etológico del término, puesto que su realidad y necesidades son diferentes.

Una contraréplica interesante (y que suscribe por tanto los enfoques jerárquicos o de rango) sobre este tema la le he leído en la obra de Nacho Sierra, que asimila precisamente esa situación de conflicto permanente de los lobos en cautividad a los perros domésticos, que no disponiendo de la libertad para abandonar el territorio se ven forzados a convivir con la consiguiente existencia de una tensión permanente ante la imposibilidad de abandonar el grupo, posibilidad que sí existe y es practicada en las manadas de lobos en libertad. Este es uno los argumentos que más me hizo dudar sobre mi postura.

Pero pese a esta interesante observación, creo que el conflicto puede explicarse por el mero interés en la obtención de recursos (espacio, juego, posición de observación, caricias, premios, etc.) antes que por la búsqueda de un supuesto status, y la tensión se basa más en la inseguridad de los perros sobre la disposición de los recursos que en la actitud firme, autoritaria y dominante que se supone caracteriza al líder de la manada. La convivencia implica siempre un cierto grado de tensión, en cualquier forma de organización social, y no siempre implica una lucha por una posición de liderazgo.

Hace tiempo un visitante me preguntó cual de mis perras era la alfa. Mi perra A muestra unos exagerados comportamientos de sumisión ante mi perra P, que por otro lado sólo persigue huir de ella. A su vez mi perra B parece querer controlar al resto, si bien A le planta cara y le gruñe no siendo B capaz de imponerse y hacerla retroceder. P (venerada a su pesar por A) le tiene bastante miedo a B y rehúye el contacto con ella. Por otro lado mi perra W parece vivir bastante feliz yendo a su aire, y no presenta rituales visibles ni de sumisión ni de dominancia con ninguna, a pesar de lo cual ya me ha demostrado que si el recurso lo justifica, está dispuesta a enfrentarse con cualquiera. Es posible que en otras circunstancias lo hicieran, pero en nuestra situación actual, mis perras no forman una manada ni creo que ninguna de ellas ocupe un puesto similar a lo que se entiende por alfa en una mandad de lobos en libertad. Creo que yo tampoco, pero eso lo dejaremos para la próxima entrega.