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Reflexiones sobre la teoría de la dominancia I: El origen del perro

prehistycazaEl educador canino, como otros muchos especialistas, necesita un marco de referencia, un cuerpo teórico a partir del que comprender y desarrollar su trabajo. En casi todas las disciplinas que no constituyen ciencias exactas, suelen existir varios marcos de referencia a menudo con postulados opuestos y mutuamente excluyentes. Gran parte de mi formación ha estado durante mucho tiempo orientada a encontrar mi marco de referencia, una estructura teórica que explique qué es el perro, sus patrones fundamentales de conducta y de aprendizaje, y las bases sobre las que se asienta su relación con el ser humano. Nunca he querido adscribirme a una escuela por criterios ajenos a la técnica o a la (siempre eventual) verdad científica, y ello me ha llevado a cuestionar los distintos enfoques, y tratar de desmontarlos para, o bien descartarlos, o bien adscribirme a ellos con la convicción de mi elección no responde a juicios morales.

Por eso jamás he despreciado ninguna postura, intentando encontrar sus aciertos y sus carencias.

En el caso de la educación y la conducta canina, aún a día de hoy sigue habiendo dos grandes posturas, las que consideran al perro una suerte de lobo domesticado al que serían aplicadas sus pautas sociales, y las que lo consideran como una especie distinta con comportamientos diferenciados.

El primer enfoque ha sido el marco de referencia tradicional en el campo del adiestramiento canino durante muchos años, siendo superado en cuanto a respaldo científico, e igualado (al menos) en cuanto a práctica, por las más actuales teorías basadas principalmente en el conductismo a nivel de aprendizaje, y en la biología a nivel de comprensión del perro como una entidad única diferente de sus ancestros.

Podemos definir a este primer enfoque como Teoría del [lobo] alfa, de la manada o de la dominancia. Muchos educadores ven en este enfoque el marco explicativo de las relaciones hombre-perro, y un público diverso, a pesar de conocerlo en profundidad, se hace eco en numerosas ocasiones e incurriendo en grandes contradicciones, de algunos de sus conceptos sueltos. Populares programas de televisión como El encantador de Perros o Malas pulgas, y la gran fascinación (a menudo bastante indocumentada) por el lobo de muchos cinófilos, han contribuído a una asunción parcial de determinados términos, que el propietario adapta a su particular realidad.

La teoría de la dominancia explica el comportamiento del perro a partir de, a su vez otra teoría, sobre las pautas de interacción social del lobo. El perro se considera en cuanto a su origen un lobo domesticado, que incorpora a su nuevo hábitat las reglas (o una parte importante de las mismas) de convivencia de este. Por tanto su unidad de convivencia familiar es vista como su manada, en la que existe una jerarquía que implica diferentes status, estando a la cabeza de la misma el alfa. Por tanto, en la unidad de convivencia humana, el hombre debe situarse como el alfa, para evitar que el perro considere que está jerárquicamente por encima de él o de otro miembro. A su vez la jerarquía es variable, y está sujeta a disputa debido a los intentos de otros miembros de la manada de escalar puestos en el escalafón jerárquico. La dominancia por parte del hombre y la búsqueda de sumisión por parte del perro se entienden como las estrategias correctas para la adecuada convivencia entre hombre y perro.

El objetivo de esta serie de artículos es el análisis crítico de este enfoque, analizando los distintos postulados que lo integran.

El origen del perro. Esta cuestión tiene importancia en la medida en que el recurso a las características sociales del lobo se basa en la identificación de este con el perro. Tal identificación es posible a partir de una determinada hipótesis del origen del perro: la que explica el surgimiento de este a partir de la intervención humana mediante la selección y domesticación del lobo salvaje para usarlo en la caza y en otras funciones. Esta visión está presente (con algún matiz) en la obra de Darwin (sitúa también al chacal como origen del perro) y en la de Konrad Lorenz (“Cuando el hombre encontró al perro”) y ocupa un lugar preminente en el discurso de profesionales y aficionados. Se refleja también indirectamente en el enfoque presente en el cine (“Colmillo blanco”), la televisión (“Juego de Tronos”) y en la literatura (“Colmillo blanco” o la reciente novela española “Assur”). A nivel informal podemos comprobar la iconografía que a menudo circula en las camisetas y en las redes sociales, que habitualmente usa la imagen del nativo americano unida a la de un lobo en actitud amistosa y/o contemplativa. El perro actual sería el descendiente de los primeros lobos criados por los seres humanos para integrarlos en su sociedad aprovechando sus capacidades. De esta forma, nuestros primeros perros, fueron lobos.

Esto es con mucha probabilidad, falso. La domesticación del lobo que se practica hoy en día en los centros de conservación es una ardua tarea que requiere mucho trabajo y dedicación. Entre otras cosas una separación temprana de la madre, la alimentación a biberón para posibilitar la impronta en los humanos, y un esfuerzo constante durante toda la vida del animal para vencer su natural rechazo. Por otro lado la domesticación consigue una determinada tolerancia del lobo hacia el humano, pero en ningún caso su adiestramiento para funciones específicas. El lobo no es adiestrable como lo es un perro. Sus procesos de aprendizaje son diferentes. El lobo recurre mucho más a la observación y apenas se le puede enseñara nada mediante el condicionamiento instrumental.

Desde un punto de vista antropológico, es difícil entender las motivaciones de las sociedades prehistóricas en invertir tal cantidad de recursos en una afición con nula utilidad práctica para su supervivencia.

La hipótesis hoy en día aceptada mayoritariamente por biólogos sobre el origen del perro es la de Raymond Coppinger:
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