Al educador canino asisten dos grandes tipos de clientes: dueños con perros con problemas y dueños a los que tener perro les supone un problema. Durante mi trayectoria profesional he comprobado que desafortunadamente el segundo grupo predomina ampliamente sobre el primero. Y digo desafortunadamente por varias razones.
La primera es que en principio supuso una suerte de decepción en cuánto a lo que creía sería mi actividad. Después de mucho tiempo preparándome para encontrarme con toda una gama de conductas caninas patológicas o inapropiadas según la naturaleza del perro, comprobé que mi función iba a ser mucho más parecida a la de un divulgador por horas y no tanto a la de un rehabilitador de perros o a un profesor canino.
La segunda fue el descubrimiento de lo inapropiado que resulta la tenencia de perros para muchos propietarios, bien sea por falta de conocimientos, tiempo, ganas o actitudes. O por exceso de pereza, soberbia o expectativas.
La tercera fue la constatación de que un perro incomprendido es generalmente un perro mal (aunque involuntariamente) tratado y en muchos casos abocado a convertirse en un animal con conductas realmente anómalas y patológicas. Ello se de debe a lo generalizado de dos estrategias que el dueño asume en estas situaciones: la renuncia a múltiples actividades que deberían formar parte de la realidad cotidiana del perro por una parte, y/o al castigo por otra.
Y todo ello lleva a dos conclusiones.
La primera es que no debemos esperara a tener un perro para conocer las principales nociones sobre la naturaleza canina y su educación, puesto que la carencia de ambas está en el origen de muchos problemas de conducta y de convivencia.
La segunda es que muchos dueños de mascotas deben abandonar muchos prejuicios que tienen sobre los perros y asumir no sólo las ventajas, sino también los costes o inconvenientes de tenerlo, que no derivan necesariamente de problemas de conducta, sino de las naturales necesidades y particularidades en su caso, de un ser vivo, que requiere tiempo y dedicación. Y tener claro que no toda incomodidad es abordable desde un punto de vista educativo o de rehabilitación de comportamiento, puesto que en muchas ocasiones derivan de la naturaleza de un animal cuyas necesidades no pueden por menos que suponer una alteración en nuestra vida cotidiana. Los perros no tienen mando a distancia, sus necesidades son diarias y constantes, y no dependen de nuestra voluble apetencia para satisfacerlas. Si no deseas atenderlas, quizás, aunque no lo creas, no te gusten los perros. Porque los perros son ellos y sus circunstancias, y no se pueden separar.