Olegario y el Perro Canalla eran vecinos, muy a pesar del primero. Su casa estaba al final de la pista, recién asfaltada por fin a un mes de las elecciones. Y Olegario debía pasar cada día por delante de los terrenos de sus vecinos, para llevar a pastar a las ovejas y a su vaca.
Todos los días se producía la misma situación. Al pasar por delante del cierre vegetal que delimitaba los dominios del Perro Canalla, este ladraba y ladraba, acercándose temerariamente a los pies del anciano y de sus animales, causando gran alboroto y asustando por igual a Moura la vaca y a las ovejas (las ovejas no tenían nombre propio, porque una cosa es una oveja y otra, una vaca).
La cosa no terminaba ahí, porque el Perro Canalla acompañaba a la procesión hasta el prado, ladrando y saltando alrededor de la ganadería. Olegario siempre increpaba al perro: -¡Lisca Can, lisca!– pero nunca con éxito. Al llegar al prado el Perro Canalla se tumbaba a unos metros de Olegario, acechándolo a él y a sus animales. Entonces comenzaba un silencioso duelo de miradas, que el perro siempre ganaba. Daba igual cuántas veces se levantara para echarlo con aspavientos y gritos. El Perro Canalla siempre regresaba a su sitio y continuaba la guardia que nadie le había encomendado, y a Olegario no le quedaba otra que comerse su orgullo y compartir prado con el intruso.
El regreso a las cuadras era igual de escandaloso, y el alboroto sólo cesaba cuando la puerta del establo se cerraba.
Olegario había llegado a cercar su finca con malla, pero Canalla siempre se las ingeniaba para levantarla e introducirse a voluntad en los dominios de su vecino, por donde habitualmente campaba a sus anchas, curioseando y marcando en cada rincón.
Olegario había intentado hacer entrar en razón a Carmiña la mala (la buena había fallecido el último invierno), legítima aunque inepta a su parecer, dueña de Canalla. Pero Carmiña la mala siempre echaba balones fuera y desatendía sus demandas sobre la necesidad de contener al chucho, negando su propiedad a pesar de darle alimento y cobijo a diario.
Una fría mañana Canalla no acudió a su cita diaria cuando Olegario pasó por delante de su casa. Moura y las ovejas se pararon en seco, y el anciano tuvo que esforzarse en hacerlas llegar al prado. El perro tampoco apareció por allí en toda la mañana. Al día siguiente tampoco dio señales de vida, y nuevamente la ganadería pareció no querer avanzar sin Canalla. En el prado Olegario se sintió extrañamente sólo, y se sorprendió al notarse preocupado. Disimulando su interés e intentando mostrarse despectivo le preguntó a Carmiña la mala por Canalla, y esta le dijo que lo había encontrado sin vida al amanecer en los límites de su finca, al lado del camino que llevaba al prado. -Ya había llegado a los 15 años, y murió bien…dormido- le dijo la anciana.
Y Olegario volvió triste a su casa por haber perdido a su amigo, pero contento por haberlo tenido.