En el multiverso canino hay escuelas. Dentro de esas escuelas hay dogmas. En la asunción de nuestras posturas ideológicas y éticas ante la vida, es más cómodo adscribirse a un dogma teórico completo que tener una postura crítica ante cada uno de los postulados que lo integran. Y poner en cuestión alguna de las premisas de la corriente con la que nos gusta identificarnos nos hace sospechosos de ser incoherentes, renegados, o malos militantes de la causa verdadera.
Decía Carlos Alfonso López en su blog que toda escuela tiene adhesiones acríticas. Creo que la fascinación de tantísima gente por esta obra obedece en parte a esa forma de pertenencia y militancia ciega que engloba a una buena parte de los educadores adscritos al positivo y a una particular forma de ser “políticamente correcto”.
Al igual que el adiestramiento tradicional ha encontrado en el concepto de dominancia su piedra angular para explicar una casuística amplísima, mucha gente ha encontrado en las Las señales de calma una especie de Tabla de la ley que no puede ser cuestionada. Creo que no se puede ser un buen profesional sin ser crítico, independientemente de la simpatía que nos despierten los principios generales en los que se base una afirmación o un libro.
Esta entrada no pretende tanto desacreditar una publicación en su totalidad, sino la sobrevaloración subjetiva que existe sobre el mismo. De alguna forma, reconozco que mi valoración general sobre este libro no puede sustraerse a la, a mi parecer, antipática fascinación religiosa que despierta.
¿Merece la pena leer este libro? Sí. ¿Es Turid Rugaas una de las principales figuras mundiales en materia de educación canina? Probablemente.
¿Qué carencias encuentro pues en esta obra?
En primer lugar como herramienta didáctica tiene un estructura y unos contenidos bastante pobres. Todo lo que se dice en el libro podría condensarse en unas pocas páginas (tampoco es que tenga muchas más). Creo que hay concesiones editoriales para convertirlo en un libro y dotarlo de viabilidad comercial. Relacionado con lo anterior, los ejemplos e historiales tienen un valor ilustrativo de los conceptos muy escaso, porque en la mayoría de las ocasiones no hacen sino repetir las explicaciones teóricas ya enunciadas pero añadiendo el nombre propio de un animal.
En segundo lugar encuentro algunos puntos del contenido que me suscitan dudas. Una cosa es comprender el lenguaje de los perros y otra distinta es dar por buena su imitación por parte de los humanos como se recomienda en algunos casos. El código de los perros es una forma de comunicación intraespecífica, dotada de significados en la medida en que los mensajes son emitidos por miembros de la misma especie. Pero no tiene demasiado sentido que nosotros los imitemos, porque nuestra naturaleza, físico, movilidad, etc. hará que alteremos su significado. Por ejemplo, está claro que no es buena idea acercarse rápidamente a un perro desconocido al que tenemos que manipular. Pero defender que “cuanto más despacio te muevas, mayores posibilidades tendrás de conseguir que se quede quieto” es una afirmación cuando menos, incompleta. La lentitud excesiva de nuestros movimientos parece denotar muy a menudo una actitud de acecho o inseguridad antes que una aproximación amistosa. Si tus movimientos y tu actitud no son naturales (de acuerdo a tu naturaleza, no con la del perro) difícilmente serán percibidas como neutrales. Obviamente, si tu forma de ser “natural” es gritar, correr hacia tu interlocutor o palmearle enérgicamente su espalda, deberás de pulir un poco tu dicharachera idiosincrasia en aras de tu buena relación con los perros (y con algunas personas).
En tercer lugar creo que hay un uso impreciso del término “señales de calma”, pues engloba por igual en esta obra a comportamientos de apaciguamiento, sumisión y estrés, mezclando motivaciones y estrategias de comunicación de significados y finalidades muy diferentes.
En cuarto lugar, y esto no es un defecto de la obra, sino un síntoma de esa adhesión acrítica que despierta, la novedad percibida por mucha gente no es tal, puesto que las señales de apaciguamiento (amén de otros comportamientos ritualizados y otras manifestaciones físicas de estados emocionales) ya habían sido tratadas con anterioridad. Lo reitero: esto no convierte la obra en inapropiada ni oportunista, pero sí debería hacer reflexionar a todos aquellos que consideran que esto es un descubrimiento que vio la luz con este libro.
En resumen, leer este libro seguro que te hará más bien que mal, pero acuérdate de que conocer no es creer, y de que existen otros libros maravillosos y a mi parecer injustamente infravalorados o desconocidos sobre la interpretación del lenguaje canino. Como por ejemplo el estupendo “Guau: cómo interpretar el lenguaje de los perros” de Javier de Miguel.
Claro que también podría haber otra explicación para mi escepticismo para con esta obra: tal y como argumentó hace tiempo una compañera de profesión al raíz de constatar mi falta de entusiasmo por el libro de Rugaas : “es que no has entendido el libro”. En positivo y con dos cojones.