Con esa expresión se alude en muchas ocasiones a las supuestas virtudes de los perros, casi siempre en un contexto caracterizado por anécdotas de extraordinarios comportamientos y nobles sentimientos de un difunto animal hacia sus dueños.
Consideramos a nuestros animales como una potencial Lassie, capaz de dejarse morir de hambre por no abandonar la tumba de su bienquerido amo.
La mitificación fantasiosa de nuestro amigo es también su perdición real, y uno de los máximos exponentes de su desconocimiento. Un desconocimiento que suele tener consecuencias muy perjudicales para la relación entre individuo y animal. Esas creencias convierten a nuestro amigo en una fuente de expectativas imposibles y de realidades inasumibles.Y nos convierten a nosotros en propietarios ineptos.
Los mitos sobre los perros llevan aparejada la mayor de las injusticias hacia ellos, como es la de considerarlos sujetos morales que pueden, y por lo tanto deben, distinguir de forma natural la diferencia entre el bien y el mal.
De esta forma nos sentimos defraudados cuando muestran algún comportamiento o actitud incompatible con lo que entendemos por afecto. Y sentimos el dolor del desamor cuando responden a nuestros cuidados y atenciones con comportamientos dignos de un niño malcriado en el mejor de los casos, o de un déspota violento en el peor. Lo que debiera ser un compañero fiel, protector, complaciente, alegre pero no en exceso o no en todo momento se convierte a veces en un desagradecido ser que no corresponde a nuestros cuidados con la misma moneda.
Si un perro puede ser bueno (en el sentido moral del término), también puede ser malo. En este caso parece razonable que pueda ser objeto de un correctivo que castigue una supuesta intencionalidad perversa en su comportamiento. Esto desvirtúa nuestra percepción del animal y lleva a respuestas erróneas por parte de propietarios, empobreciendo la relación entre propietario y perro.
Los perros son egoístas, no por ser malos, sino porque no tienen la capacidad (al menos no como nosotros) de empatizar. Pero independientemente de sus motivaciones, se alegran cuando llegamos a casa, disfrutan jugando con nosotros, reciben nuestras caricias con agrado, lamen nuestras manos, se ponen patas arriba para recibir caricias en el vientre mientras mueven convulsivamente una pata, se vuelven locos por la pelota que les lanzamos o por el mordedor que les ofrecemos, y se duermen a nuestros pies frente al televisor.
Los perros no son una fuente de amor incondicional. Nos convierten a nosotros en una fuente de amor incondicional. Y por eso son seres extraordinarios: nos hacen ser mejores personas.
Publicado por primera vez en Pelo, Pico, Pata