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Estresar en positivoTengo algunos reparos a la hora de utilizar la expresión “Educación en positivo” al promocionarme. En primer lugar porque es un término tan mañido que ha perdido significado real, conviertiéndose en un eslogan publicitario que forma parte del discurso políticamente correcto, antes que en una denominación rigurosa de un método de trabajo. Me recuerda a las aficiones que habitualmente aparecen en los curriculums, en los que se suele aludir al deporte, la lectura, etc. Nadie aclara que le gusta “Sálvame”, “La isla de los famosos” o el “¡Qué me dices!”.

En segundo lugar porque se equipara a un trabajo que se centra exclusivamente en el uso de recomepensas extrínsecas y que no incluye otros factores fundamentales para el bienestar animal, ni a las necesidades fundamentales del perro que están estrechamente ligadas a la relación continua que mantenemos y a las actividades que deberíamos hacer con él.

Se ha convertido en la tarjeta de presentación que legitima a quien la presenta, independientemente de su conocimiento sobre la naturaleza del perro y sobre su trabajo en cuanto dueño para conseguir su satisfacción. Me parece a veces que el uso de la salchicha o similar exime de la responsabilidad de asumir una actividad y actitud constantes de las que depende una buena relación. Ello implica una mentira implícita, una falacia ética para que vagos o ignorantes justifiquen su ausencia mayoritaria en la vida de su mascota gracias a puntuales episodios de dispensación de chuches. Como los padres que sin implicarse en la vida de sus hijos, sienten que desempeñan con eficacia y amor su condición por hacer más o menos regalos.

Estoy a años-luz de compartir la teoría de la manda y los programas de reducción de rango que conllevan. Muy, muy lejos de forzar voluntades a punta de miedo.

Pero la reacción a las viejas y dolorosas escuelas ha asumido en ocasiones los postulados del animalismo más beato, y por ello el abandono al respeto que mi mejor amigo merece.

Hay quien definiría esto como la humanización propia de las nuevas tendencias, pero es igualmente humanizar, y de un modo más doloroso y rídiculo, pensar que tengo que competir con mi perro por mi puesto en la familia.

De hecho la humanización es un recurso didáctico que empleo a menudo, y creo que se puede aprender mucho más de educación canina viendo a la Supernany antes que soportando “Malas Pulgas”.

No, el problema es otro. Es la falta de rigor o de valor para entender que un proceso educativo incorpora la necesidad de aprender que hay cosas que no están permitidas, que otras conllevan consecuencias negativas, y que lo que os podéis dar, es mucho más que un intercambio monetario. Por cierto, que las limitaciones y las consecuencias negativas son bidireccionales en la relación humano-canina y por lo tanto nos afectan también a nosotros.

Yo premio un montón a mis perros, de todas las formas que se me ocurren. Soy comprador compulsivo de juguetes caninos. Pero su felicidad en general, y sus ganas de aprender y trabajar (que es casi lo mismo que jugar) no depende sólo de eso. Mal compañero y guía sería entonces.

Un ejemplo de una asunción equivocada de la corriente positiva la veo cuando algún alumno inexperto se empeña en embutirle la salchicha a un perro que está mirando para Murcia, de forma que el maldito “toma” se convierte en una orden ejecutiva. “Descansad, descansad” que decía Homer Simpson a punta de látigo.

Veo a muchos perros estresados (con estrés “malo”) mientras trabajan, y el uso de recompensas no es suficiente para evitar las señales de calma que nos indican que no estamos precisamente en una sesión agradable para él. Y esto, dista mucho de lo que yo entiendo por positivo.