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54-ser-tonto-en-positivo-iiAcabo de leer en el blog de una colega que «la dominancia no existe». Ahí es nada. Hemos pasado de alfatalibanes a integristas del buenismo. Una cosa es superar una teoría de la educación canina obsoleta en sus premisas y fea en la práctica, y otra negar realidades simplemente porque han sido la bandera y la piedra angular de dicha teoría.

Porque en ese caso no estamos ante un debate técnico sino ante uno meramente ideológico.Y la ideología me parece bien y la asumo como una motivación legítima en el ejercicio de una determinada forma de llevar a cabo la práctica profesional. Somos convicciones y sentimientos, y ambos nos orientan hacia una determinada concepción de nuestro trabajo.

Pero cuando nos definimos profesionalmente por mera oposición a aquello que pretendemos superar dejamos de ser técnicos y nos convertimos en predicadores acríticos. Dejamos de ser divulgadores para adoptar un discurso más propio de profetas. Abandonamos la crítica y la duda como motor del conocimiento y la sustituimos por verdades reveladas.

Durante mucho tiempo la educación canina ha sufrido el imperio de una visión basada en los conceptos de dominancia y jerarquía, convertidos en variables independientes y explicativas de todo el abanico de la casuística humano-canina. Una falacia fácilmente gestionable a nivel intelectual para explicar sin demasiado esfuerzo multitud de situaciones. Un relato sencillo y ficticio que ha amparado una práctica poco fundamentada y muy poco amable con el perro.

Afortunadamente la literatura y la investigación han abierto un nuevo mundo de posibilidades y nos han llevado a un escenario mucho más riguroso a nivel técnico e infinitamante más placentero para relacionarnos con nuestros amigos y abordar tanto el aprendizaje como la relación y los problemas de conducta caninos.

Pero el no compartir una teoría no puede implicar negar una realidad simplemente porque una determinada y equivocada forma de entenderla constituía su bandera.

La dominancia existe. Por supuesto que sí. Forma parte de en un repertorio de comportamientos sociales que abarcan un continuo, en el que también se sitúa, en el otro extremo, la sumisión. Ambos son comportamientos ritualizados. Es decir, han perdido parte de su función original operacional y han asumido un alto valor simbólico. Un ejemplo de comportamiento ritulizado por ejemplo es un apretón las manos. Originariamente pudo servir para mostrar la ausencia de armas en nuestras manos y/o la imposibilidad de blandirlas, como gesto de buena voluntad. Hoy en día generalmente no esperamos que nuestro interlocutor porte un arma, pero el apretón como señal de presentación amistosa persiste. La dominancia y la sumisión son dos caras de la misma moneda, y ambas están orientadas a la evitación del conflicto y por tanto de la agresividad. Son símbolos de posicionamiento en una eventual situación de superioridad o inferioridad de poder, icluyendo la neutralidad, que hacen innecesario el combate para dirimir un estado de tensión latente. Es decir, constituyen un código de lenguaje gestual que evita el conflicto explícito, suponiendo una alternativa óptima para resolver disputas presentes y futuras. Las madres muestran mayoritariamente rituales de dominancia con sus cachorros (entre otros por supuesto), y los cachorros han de aprender a mostrar comportamientos sumisos. Ambos comportamientos darán lugar a una asunción de roles que por fuerza ha de ser diferente y que garantiza una forma de convivencia no violenta para el grupo. La ausencia de rituales de dominancia y sumisión haría mucho más probable el conflicto, con el desgaste innecesario de energía que ello conlleva. El desconocimiento de esos códigos como consecuencia de una mala socialización está en el origen de muchos episodios de agresividad derivados de un desconocimiento del protocolo, y que dan por tanto lugar a respuestas inapropiadas.

Los humanos también mostramos rituales de dominancia y sumisión. Podéis observar rituales de dominancia, entre otros, en algunos porteros de discoteca, guardaespaldas, fuerzas de seguridad del estado, jefes, profesores y encargados del registro en administraciones públicas, que con mayor pericia y pertinencia nos dan a entender una situación de desigualdad en la relación, sin tener que llegar a explicitar la agresión física, verbal o procedimental para disuadirnos de iniciar un eventual conflicto.

No quiero decir que la dominancia en los perros y sus manifestaciones sean buenas. Ni tampoco malas. Desde luego son un motivo para estar más pendiente de una situación en concreto, y en la medida en que no se produzcan estoy más tranquilo. Pero negar su existencia por parte del buenismo canino es simplemente un despróposito. Como lo es convertirlas en el origen de todos los males por parte del alfamachismo.

Dicho esto, probablemente coincida con mi bisoña colega en que no tiene sentido reducir toda ni la mayor parte de la problemática relacional entre humanos y perros, y entre perros y perros, al concepto de dominancia, como ha venido haciendo el adiestramiento tradicional desde hace décadas y como nos siguen mal enseñando por la televisión, porque:

  • La agresividad no implica necesariamente dominancia. De hecho buena parte parte de las agresiones derivan de una escasez de habilidades sociales y códigos de comunicación. Y por otro lado te puedes llevar un muy buen mordisco de un perro sumiso que crea que ha agotado sus recursos comunicativos para apaciguar lo que considera una potencial amenaza (de ahí la importancia de reconocer esas señales que la buena de Turid rebautizó como «Señales de calma»).
  • Por tanto, el concepto de «agresivo por dominancia» es muy poco operativo e inexacto, porque de la misma forma podríamos hablar de «agresivo por sumisión». Pero desde luego, sí que es posible que episodios de agresividad se hayan visto acompañados por actitudes dominantes que no han tenido la respuesta adaptativa adecuada. Y lo mismo podría decirse de episodios igualmente graves con muestras de sumisión que no han sido correctamente interpretadas o atendidas.
  • Tiene más sentido hablar de situaciones con presencia de rituales de dominancia que de individuos dominantes, puesto que casi todos los individuos puede dar muestras de la misma y también de sumisión en contextos o con interlocutores diferentes. Aunque por supuesto existen tendencias mayoritarias, pero con mucha frecuencia relacionadas con un ambiente concreto.
  • Los rituales de dominancia y sumisión son en muchas ocasiones innecesarios tanto para gestionar como para explicar relaciones en las que no existe un conflicto latente.
  • Como en la mayor parte de mis relaciones sociales, procuro no vivir en un estado de conflicto ni de tensión con mi perro. Tampoco con mi mujer. Ni con mi madre. Ni con mi grupo de amigos. Por lo tanto no veo muchas ocasiones en las que tenga sentido interiorizar los rituales de dominancia de manera constante para dirigirme a mi perro, que está en estos momentos ocupando mi sofá, por cierto.