Parece mentira que tantísima gente sea tan lerda como para sumarse al apoyo y a la difusión de los numerosos anuncios que cada día inundan las redes sociales, avisando de la urgencia por adoptar cachorros venidos al mundo por la ignorancia, desidia, arrogancia o escasa planificación de ventas de un cretino que, no asumiendo su responsabilidad, convierte su crimen en causa humanitaria, recurriendo al chantaje emocional y a la amenaza de muerte para sus propios cachorros.
Ese chantaje cala en los que practican la caridad donde debería primar la justicia, el sentimentalismo en lugar de la conciencia crítica, la anécdota en en vez de la causa. El precio a pagar por sacarle el marrón al incauto, amén de maquillar la fea cara de su conciencia, es consolidar un sistema dónde siguen primando los incentivos para la cría indiscriminada, irracional e inmoral (para los aficionados a la lectura rápida y en diagonal: no estoy juzgando ni la adopción ni la cría).
Los irresponsables han existido desde siempre. Los tontos también. Esta curiosa alianza no se si ha sido o no frecuente, pero por la propia definición de los personajes implicados, es un negocio redondo para posibilitar la colocación de excedentes del primero (que incluso puede conllevar la dávida por los gastos ocasionados) y para colmar la autocomplacencia del cómplice caritativo, que se ve como salvador, y no como agente de ventas del primero.
También es curiosa la desfachatez presente en ese personaje, el anuncio impune de sus intenciones, la confianza en que su oferta de muerte es lícita, el grato anuncio de su teléfono al lado del rostro del cachorro desamparado: “salva una vida y quítame un marrón en una época de ventas flojas”.
El aventurero pirata ha llegado al mercado sin estar bien posicionado, creyendo que un trabajo arduo era un billete de lotería premiado y que el fraude y la procreación irracional eran su derecho de patán.
¿Cómo es la entrega de ese cachorro? ¿Se presentan amablemente el adoptante y el donante? ¿Quizás el patán hace un último gesto cariñoso al cachorro destetado prematuramente, e indultado por él mismo en el último momento por dejar de ser una carga? ¿Se despiden con una sonrisa?
Comprendo perfectamente las primeras dudas emocionales ante este dilema: ¿como no hacer nada por salvar la vida de esos cachorros, cuando además nuestro papel se limita simplemente a difundir esa situación? La inacción nos deja mala conciencia, y sin un análisis profundo de la realidad de un problema general es difícil comprender la trampa de este espejismo humanitario particular patrocinado por un bárbaro que utiliza la buena conciencia y la ingenuidad ajena de las que él carece.
Es todavía más curiosa la actitud de algunas autodenominadas protectoras, que bajo el paraguas de una denominación pervertida por sus propios promotores, se hacen eco y anuncian camadas no planificadas, mal planificadas, o con unas perspectivas de venta poco prometedoras. Pero ¿no estabais aquí para combatir precisamente esta situaciones? ¿Os dedicáis ahora a promocionar la cría indiscriminada? ¿La palabra “adopción” anula vuestra capacidad crítica o es que simplemente os falta un hervor? Cuando no sea capaz de colocar mis cachorros, ¿puedo recurrir a vosotras? ¿O sólo en el caso de que los tenga en unas condiciones lo suficientemente lamentables como para que su adopción provoque la autocomplacencia del caritativo público?
El primer día en el que me dirigí a la protectora en la que iba a colaborar me perdí por las pistas forestales que conducían a ella. Al llegar comenté mi extrañeza ante la falta de señales para llegar a ella, habida cuenta de lo difícil de su localización. Me respondieron que la excesiva visibilidad del lugar incentivaría a muchas personas a abandonar a sus animales en las inmediaciones, o a dejar en la noche cajas de cartón llenas de cachorros recién nacidos. Por una parte las instalaciones estaban saturadas, y por otra su misión no era facilitar el abandono, sino denunciarlo y combatirlo, así como a sus promotores. La respuesta me abrió los ojos ante la verdadera naturaleza y propósito de lo que debe ser la verdadera protección animal: tener la suficiente capacidad crítica y la visión global que no nos lleve por sentimentalismo a potenciar una situación que ocasionará mucho más daño del que podremos aliviar con nuestra ingenuidad cómplice, porque la solución vendrá dada por un cambio general que incluya planificación, prevención, concienciación y punición, pero no por limosnas que faciliten la labor del explotador o del irresponsable.