Probablemente a todos o a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una gran capacidad de control sobre nuestro perro. No se me ocurre ninguna razón, por ejemplo, para que no aspiremos a tener una llamada muy segura independientemente de la situación.
En este sentido el título de este artículo puede ser algo tendencioso y equívoco. No deseo en absoluto que mi perro me ignore. Pero me gustaría que los fundamentos de la relación a la que aspiro no se fundamentasen mayoritariamente en la obediencia.
Obedecer es cumplir la voluntad de quien manda, o dicho de un animal, según la RAE, ceder con docilidad a la dirección que se la da. Yo aspiro a algo más.
Aspiro a que a mi perro quiera hacer las cosas que yo le propongo.
Aspiro a que mi perro me considere un referente para tomar decisiones que le compensan, pero no por evitar un mal mayor, sino porque las consecuencias serán más beneficiosas que su ausencia.
Aspiro a que mi perro disfrute conmigo tanto o más de lo que yo disfruto con él.
Aspiro a ser su mayor fuente de diversión.
Aspiro a ser el protagonista de sus múltiples interacciones sociales.
Aspiro a que quiera jugar conmigo.
Aspiro a que trabajar sea sinónimo de jugar.
No aspiro a que me tema, aspiro a gustarle.
No aspiro a que mi perro ceda, aspiro a que quiera.
No aspiro a dominar, aspiro a animar.
No aspiro a despertar temor, aspiro a despertar seguridad.
No aspiro a ser un jefe a secas, aspiro a ser un líder.
No aspiro a pelear, aspiro a guiar.
No aspiro a ser la potencial fuente de consecuencias negativas, sino el origen y hacedor de las positivas.
¿Descarto la obligación, el castigo, la autoridad? Por desgracia no, pero los considero recursos derivados de errores o carencias en mi estrategia principal. La que me lleve por un camino que sigo descubriendo.