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Becerrillo

Borinquén, a día de la Natividad del año de Nuestro Señor de 1514

 A Su Excelencia Don Juan Ponce de León y Figueroa, gobernador de San Juan

     Me alegraré que al recibo de esta, Vuestra Excelencia disfrute de la cuenta dada sobre este hecho singular acaecido, que no por extraño y disparatado deja de ser veraz, pues los ojos míos lo han contemplado, como otros muchos que participaron de él con intenciones poco cristianas, y recibieron de una bestia aquello lo que no les fue dado a entendimiento por nuestros Santos Evangelios.

    Sirva además la presente para dar relación de los desmanes y agravios que la soldadesca da a los indios, pues no es el comportamiento que a continuación le relataré cosa rara y única, sino hecho común por estas tierras, en la que el indio es ya bien doméstico y pacífico, ya no indómito y fiero, que en esta sería su servidor más cauto en lo que a las artes de la guerra exigen para la cristiana misión que nos ocupa en los nuevos predios de su Majestad.

    Siendo la cuestión que el Capitán Diego de Salazar, quiso hacer chanza con algunos ballesteros dando escarnio y tormento de una vieja india, para lo cual mandole a uno de sus perros a devorar a la anciana para regocijo de los infantes. Es Don Diego hombre duro y soberbio, a quien no agrada que la tropa regrese sin haber hecho grande matanza. Becerrillo se le llama a la bestia elegida, y líbreme el Señor de sus fauces y aún de su mirada, pues de fiero parece endemoniado. Es harto apreciado entre la tropa, pues se dice que no ha ocasión de lucha en la que no cause muy mal pesar a los díscolos, y es de los fugitivos el fin, pues siempre los encuentra y caza, dejando a los unos vivos, pero a los más bravos otros, muertos. Es de la raza alana, y los indios no lo creen perro, que lo suponen diablo.

    Tuve yo grande vergüenza en ver empresa tan baja, y mismo implorele al Capitán que respetara a la anciana, pues ningún mal nos traía. Mas desoyome Don Diego y a la desdichada envíole a Becerrillo, que corriola hasta alcanzarla con espuma en la boca y sangre en la mirada, y hayola tendida y espantada, que no se sabía si ya era muerta del susto, que ni su boca movía. Tapeme yo los  ojos, pues no ha de ver el siervo lo que ofende a su Señor, y aquella era cosa contraria a la Ley de Dios. Mas hubo silencio, y no gritos ni gruñidos sentí, a lo que descubrime la faz y contemple lo que se sigue.

    Y es que el alano no dio la cuenta esperada de la pobre india, sino que calmose y rodeola, oliola y lamiola. Que estos mis ojos lo vieron, y así la soldadesca, que es a las veces cruel, a las otras beata, prestos anunciaron la intervención de nuestro Señor, que yo les afee pues no es buen cristiano el blasfemo, y no es menester mentar al Altísimo en dónde sólo hubo maldad de hombre e inocencia de perro, que es la fiera peor el hombre, que busca placer dónde su prójimo haya tormento.

    Y fue Becerrillo noble, y avergonzó a Don Diego, que no quiso de él ser mandado para tan mezquina tarea, que no era él asesino, que era él soldado.

    Esto he querido contar a Su Exclencia, porque pareciome cosa notable y complaciome vela y vivila y ahora compartila.

   Que El Espíriu Santo more siempre en su ánima.

   Su siempre leal servidor,

    Fray Rodrigo de Olano

Esta carta es ficticia, así como el firmante. El perro Becerrillo, el Gobernador Ponce de León y el Capitán Diego se Salazar, son personajes históricos, como también lo es el episodio narrado.