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el-cherifA mi amigo Javier no le gustan los parques. Dice que suelen ser entornos sin orden ni concierto en los que la interacción canina no equivale a una adecuada socialización. Afirma además que hay personajes (humanos) demasiado invasivos, y a él le gusta disfrutar de un contacto social sano, moderado y respetuoso con su espacio y con el de su mascota.

Yo no soy tan crítico en cuanto a parques se refiere, y me parece mejor el remedio (contacto) que la enfermedad (falta de socialización). Pero desde luego los parques en los que coinciden los perreros constituyen ecosistemas únicos en los que antropólogos, sociólogos y psicólogos terminarán encontrando un estupendo campo de trabajo en el que estudiar a determinados individuos y las particulares relaciones que establecen.

Hoy vamos a hablar de uno de esos ejemplares, al que podemos denominar … el “Cherif”. En ningún parque que se precie puede faltar esta figura de autootorgada autoridad, que se esfuerza diariamente en ejercer frente a sus congéneres humanos y sus acompañantes caninos, el papel de “Alfa” de la manada que probablemente no haya podido desempeñar en su vida familiar y laboral.

El sujeto es fácilmente reconocible: suele ser un hombre de mediana edad según la descripción de los de la mía. Le acompaña un perro de gran tamaño. Preferentemente pastor alemán. También se les ha visto en compañía de dobermans, dogos y ocasionalmente cruces de gran tamaño. Llama a su perro por un nombre de esos de los que se pronuncian sacando pecho, como “Duke”, “Zar”, “Thor” o “Boss”.

Le hubiera gustado que su perro fuera dominante, pero sólo consiguió hacerlo matón. Eso sí, según el Cherif, nunca empieza las pelea, pero no se “anilama”. En realidad quiere decir que no se amilana. Todos en el parque saben que las empieza, pero ya se han resignado y tienen buen cuidado de evitarlo.

El problema es que evitar al Cherif no es tarea fácil. El parque es su área de caza natural. Sus presas… los otros dueños; débiles que no saben transmitir a su perro su autoridad, y a los que aborda directamente, de frente, con su visión frontal, atacándolos certeramente con sus consejos no buscados y con sus demostraciones de reducción de rango. Todos los cachorritos que llegan al parque se enfrentan antes o después, al volteo y la posterior inmovilización patas arriba por parte del Cherif, al tiempo que explica con tópicos y lugares comunes la importancia de que el perro sepa el lugar que le corresponde. El cachorro sigue en el mismo lugar donde estaba, pero ahora patas arriba, con miedo y aprendiendo que no todas las personas son de fiar.

El Cherif mira con recelo a los forasteros que llegan con perros grandes. Les pregunta si están adiestrados, porque él, dice, “no quiere problemas”. Tras constatar la ausencia de hostilidades, relaja el gesto y se manifiesta como el anfitrión protector que se siente, introduciendo al visitante en los usos y costumbres del parque, que él ha inventado. De vez en cuando interrumpe su monólogo para dar a su perro una orden, que termina gritando repetidas veces hasta conseguir un comportamiento lento, dubitativo y sumiso, que le hace sentir poderoso.

El Cherif dice que le gustan los perros, pero no ha conocido a ninguno.