Skip to content

Hace años, durante el descanso del seminario de educación canina que cursaba en una gran escuela de la capital, vi en un campo de adiestramiento contiguo a un hombre trabajando obediencia deportiva con su perro. Era un ejemplar de pastor alemán, joven, de pelo no muy largo. Magnífico.

El perro me pareció muy diligente. A su dueño no. Le propinaba frecuentes tirones de correa con brío por entender que su desempeño no era el adecuado. En ocasiones no entender ciertas actitudes no me hace sentir ignorante, sólo a salvo. 

Trabajar con tu perro por una cuestión de ocio (como era el caso puesto que era una clase de adiestramiento deportivo) debería servir para sacar lo mejor de uno mismo. ¿Qué sentido tiene si no la práctica de un deporte a través de la amistad más premeditada que existe? No hay otro amigo al que hayamos elegido de manear menos casual que a nuestra mascota.

Y sin embargo aquel hombre destilaba amargura, rabia, odio, que volcaba hacia su perro en forma de correcciones e imprecaciones, probablemente ininteligibles para este. Y todo porque el “fuss” que estaba practicando no era tan correcto como a su entender debiera ser. ¿Tiene sentido trabajar con tu perro si con ello deterioras vuestra relación?

Supongo que para muchos el perro, y una particular relación de dominio hacia él, proporciona status, al menos su evocación, haciendo que el aprendiz de déspota sienta un poder que no puede ejercer, por mediocre, en su vida cotidiana. Dominar a la bestia mediante la fuerza y la violencia, “ponerlo en su sitio”, darse cuenta de que somos capaces de provocar miedo, de conseguir comportamientos por la diferencia de poder de coacción en una relación, convierte al ratón diario en león momentáneo, que a falta de otros logros se obstina en convertir en fuerza lo que podría ser comunicación, en castigo lo que podría ser premio, en tensión lo que podría ser diversión, en estupidez lo que debería ser responsabilidad.

Mi inicial rechazo ante aquella visión ha dado paso con el tiempo a un sentimiento de compasión, no hacia el perro, sino hacia el guía. Sinceramente no creo que el perro lleve una vida peor a la de muchas otras mascotas, y probablemente a su manera, su dueño lo apreciará y estará orgulloso de él.

Pero creo que ese hombre no se quería a sí mismo.